III Congreso Continental de Teología

 “Los clamores de los pobres y de la tierra  nos  interpelan. 50 años de la Conferencia  de Medellín”

 30 de agosto al 2 de septiembre de 2018
 San Salvador

Poscongreso: renacer desde los límites y la fragilidad



Quizá la opción más profunda, la que da sentido a la existencia, 

resulta ser la opción entre la adaptación y la esperanza, 

entre la competencia y el amor, 

entre el impulso de muerte y el impulso de vida”

José Luis Rebellato1

 

Renacer desde los límites o romper el bucle (de violencia, dependencia, desigualdad, injusticia social, pasividad) a fuerza de no claudicar en la esperanza de lo que aún no vemos, pero que hondamente sabemos es el sueño de Dios para la toda la humanidad. Esta es la idea y el gran desafío que me y les propongo hoy, luego del impulso profético vivido intensamente en el III Congreso de Teología y de sentir el fuerte choque con la realidad al salir del mismo.

 

El III Congreso que tuvo lugar en El Salvador, tierra de mártires, fue a mi juicio el más “Amerindio” de los tres, pues supo unir la diversidad de propuestas armónicamente en un tapiz multicolor típicamente nuestro: conferencias magistrales, conversatorios, testimonios, liturgias, peregrinación, música y teatro. En eso fue novedoso y profético; novedoso volviendo a la raíz, al “ver” la realidad sabiéndose parte de ella, de modo involucrado e involucrando, así como desde distintos enfoques epistemológicos y didácticos.

 

Seguramente han visto y oído las conferencias, quizá hasta la Misa de cierre en la Capilla de la UCA, así que sólo haré mención de las otras formas por las que accedimos a la realidad, la juzgamos, y fuimos animados a actuar. Entiendo que los dos “momentos culturales”, tanto el concierto del grupo “Cantando unidos por Monseñor Romero”, como la obra de teatro “Si vos no hubieras nacido” del grupo Teatro La Cachada, fueron testimonios, como los de la Hna. Rosa Ortiz, Roberto Malvezzi, Rogelio Ponseele y de Cecilio de Lora (cuya lucidez, humor y fuerza son invalorables). El concierto nos permitió, sobre todo a los del sur, conocer la génesis de las canciones, el contexto y el sentido de cada una. La obra de teatro -que recreó la dura vida de las mujeres salvadoreñas- impactó por su doloroso realismo. 

 

El conjunto de los testimonios ilustraron sobre pasado y presente, acerca de la realidad que duele y de la esperanza que resiste. En suma recrearon la Mística, sobre la que tan bien habló María Clara Lucchetti de Bingemer.

 

Esa fuerza profética, esa mística de todo el Congreso, fue en mi caso la plataforma que me sostuvo e impidió que me derrumbara en los días posteriores, donde estuve a punto de llorar ante las dinámicas de muerte, coincidiendo con los doloridos versos de León Felipe:

 

… ¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra

al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?

Los mismos hombres, las mismas guerras,

los mismos tiranos, las mismas cadenas..

¡Qué pena,

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!

 

Esa pena honda, ese límite de lo que parece inmodificable, fue lo que experimenté en lugares donde esperaba encontrar otra realidad, fruto de dinámicas de vida e inclusión, animadas por la Iglesia y por otros movimientos. Terminado el Congreso visité otras ciudades y comunidades en un país no muy distante, donde sí encontré bellezas en la exuberancia de la naturaleza y las ciudades coloniales tan coloridas. Pero donde también percibí y sufrí la contradicción, el límite, la injusticia, la desigualdad… La decepción e impotencia fueron grandes, por eso me resonaban los versos del español citados y estos de mi compatriota Daniel Viglietti:

 

Qué lejos está mi tierra
y, sin embargo, qué cerca
¿O es que existe un territorio
donde las sangres se mezclan?

Tanta distancia y camino,
tan diferentes banderas
y la pobreza es la misma,

los mismos hombres esperan…

 

En realidad en esos lugares las que esperan contra toda esperanza son sobre todo las mujeres. Allí vi la dolorosa suma de las tres pobrezas que condenan a exclusión, discriminación, además de duros trabajos y muerte prematura: ser mujer, pobre e indígena. Fui testigo del dolor acumulado que embrutece, casi enmudece, opaca la mirada, dobla espaldas, envejece con pocos años: a los 65 años se muere de vieja y de enfermedades pulmonares por vivir junto al fogón gran parte del día y otra parte a la intemperie procurando mal vender -y para otros-. 

 

Aún más me dolió la cuarta pobreza: ¡por ser niñas! Carga impuesta culturalmente. Niñas que cargan a otros niños, que no juegan, ni asisten a la escuela –gratuita- porque trabajan desde siempre. Volví a ver y oír la obra de teatro, ya no sobre un escenario sino en las calles y plazas.

 

Desde lo más hondo de mi ser me niego a aceptar la fatalidad de estas vidas, la condena sin juicio a reproducir el círculo vicioso de opresión y violencia secular. No acostumbrarnos ni aceptar lo inaceptable es la zarza que arde y no se consume desde la que Dios nos habla.

 

Hay en esos países -y en todos-, ese núcleo que llamamos de “pobreza dura”, pero apuesto a creer (como lo he señalado en otras entregas del blog) en que más fuerte que la realidad injusta es la fidelidad de Dios, y por eso creo que nos anima a alcanzar más cuotas de humanidad ya antes de la parusía. No veremos aquí la plenitud, pero no podemos renunciar a la esperanza activa. Por otra parte, “la fe no es morfina”: los límites, la impotencia, duelen, y es bueno que duelan, nos mantiene en vela, y “los ojos que han llorado perciben mejor la realidad”, como dijo un participante en mi Conversatorio.

 

Urgen la solidaridad efectiva, la creación de conciencia, la educación, mucha creatividad… para ayudar a ser sujetos libres y romper el bucle de la heteronomía amenazante. Como dice Rebellato: es más fácil ser heterónomo, seguir aquello ya trazado porque “siempre fue así”, pero hay que “mapear” las posibilidades de autonomía, las posibilidades de resistencia y proposición nuevas, e ir paso a paso, a nivel personal y comunitario. Ésa es la gran apuesta ética.

 

¿Y mientras tanto? Mientras esa solidaridad efectiva logra más cuotas de humanidad, siguiendo esa gran apuesta ética, también quiero en la fe creer que todas las víctimas: vidas segadas injustamente, gastadas indignamente, maltratadas ayer, hoy –y quizá un largo mañana aún-, no se pierden en vano ni en la nada, que no son “efectos colaterales” ni de un modelo que destruye, ni siquiera de una evolución. 

 

Quiero creer que el Dios de la vida las “resucita” como únicas y preciosas. Ellas, las víctimas rescatadas, siguen animando a renacer y renovar esperanzas desde los límites y la fragilidad.

 

Cita

 

1Ética de la liberación. Textos inéditos, publicados luego de la muerte en 1999 del filósofo y pedagogo uruguayo José Luis Rebellato.